jueves, 17 de diciembre de 2009
Por Javier Herrero Pita


Mediados de julio…¡ya soy teólogo!...Principios de agosto, en un gigante de la economía germana (EADS), ante una eminencia de la Ingeniería alemana:

- ¿Qué has estudiado además de Ingeniería?
- Teología en las Islas Canarias…
- Hum…mi mujer es católica, pero yo soy un poco escéptico…tú sabes…no puedo con lo de Adán

Yo no pude más que esbozar una silenciosa sonrisa interior, humilde, también llena de tristeza, pero también de agradecimiento; sí, de agradecimiento a ti, querido Instituto de Teología. Yo me hallaba hace siete años como este docto alemán: repleto de conocimientos y formación matemática, pero con una formación religiosa casi presidida por el “Jesusito de mi vida”. Por ello, esta carta es fundamentalmente una carta de agradecimiento; agradecimiento a todos aquellos que colaboran y han colaborado para que este Centro continúe su inapreciable singladura. Por otro lado, como ex-alumno también me gustaría brindar unas reflexiones no exentas crítica constructiva. Por ello, sean vistas tales desde la óptica del amor y respeto que profeso a todo el equipo humano que conforma este bendito Centro.

Estas bien podrían ser las etapas por las que yo he pasado en el ISTIC y que de algún modo también se han reproducido en algunos compañeros:

Una primera de desconcierto: un mundo nuevo se asoma en mi vida y desea que me instale en él. Es el mundo de la reflexión racional, es el mundo de la filosofía. De este período se saca una conclusión descollante: nos quedamos en la dermis de la realidad.

Una segunda de crisis: lo antiguo es sometido a replanteo. La seguridad que ofrecía a nuestra religiosidad, por ende a nuestra vida, el infantil trato comercial con Dios, así como la caricatura que de él trazábamos –reproducimos trazados caricaturescos de cualquier ámbito de la realidad cuando tal es concebida de forma infantil, pero con inteligencia y capacidad de adulto-, se volatilizan…nos falta el suelo que nos sustenta y nos cae de plomo el aforismo kantiano: atrévete a pensar. En definitiva: vértigo; vértigo porque la “formación” que se esfuma nos asimilaba al retoño que solo encuentra dicha en el regazo maternal, y que ahora ha de verse a solas frente a una realidad que le es en principio hostil pues difiere mucho del evadido rostro materno. En definitiva, la infancia religiosa, que a muchos acompaña hasta bien entrada la adultez, y a los que más no abandona nunca, desaparece por metamorfosis para convertirse en humus de la sólida formación que se avecina en ciernes.

Y una tercera etapa de gozo; el gozo de experimentar lo nuevo, que sigue procediendo de Dios, como de Dios procedía la infancia religiosa, solo que ahora la novedad se hace capaz de ser acogida, mientras que la segunda fue impuesta. La diferencia entre el que rige su vida por imposición externa y el que actúa por acogida no es baladí: aquellos son personas dependientes, estos, libres; aquellos son siervos, estos, señores; aquellos rigen su vida por la ley, estos por el amor.

Pues bien, querido Instituto, este ha sido el proceso grosso modo que ha de acontecido en mi vida de los últimos siete años. Y esto lo digo a boca llena: los “culpables” de ello son el fabuloso equipo docente del Instituto: de los que están, y de los que estuvieron.

Cualquiera que tenga cierta experiencia académica, percibirá en seguida que el Instituto Superior de Teología no es centro universitario como otro cualquiera.

1 comentarios:

Jose Alonso Morales dijo...

Gracias Javi.Esto que estás expresando es uno de los objetivos de nuestro ISTIC. Ayudar a que la gente madure de verdad en sus contenidos de fe y saber situarse en un mundo que necesita que haya personas "que den razón de su fe".Ahora en Aelmania me imagino que podrás tomar contacto con centros o espacios universuarios para profundizar y especializarte. Nos haces falta. Pepe Alonso

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